jueves, 24 de abril de 2008

Cañada

He recorrido La Cañada de subida y de bajada. Lo he hecho desde donde se junta con el Suquía hasta donde sus farolas son solo postes decabezados a piedrazos. Lo he hecho de ambas orillas y por las dos veredas; bajo los árboles, entre los taxis y el esquivando el voceo de los vendedores de diarios.

He visto hacia su fondo de cemento en los días de invierno en que es solo un chorrito miserable y me he estremecido en el verano cuando se transforma en un río caudaloso, buscando romper el corset que ingenieros y urbanistas le hicieron a medida.

Lo he contemplado como un zombie en los otoños transportando medroso enjambres de hojas secas hacia un destino desconocido y me he interrogado muchas veces sobre el puerto final de su flota colorida de botellas plásticas vacías.

He arrojado a sus aguas turbias tickets viejos y poemas nuevos. Me he reído de aquellos que han soñado en navegarlo en algo más que palabras. Lo he cruzado en marchas chicas y grandes, lo he atravesado en pensamientos olvidados, y muchas veces -la mayoría- lo he vadeado sin oír su rumor ni las risas de los borrachos que beben sentados en el calicanto.

A pesar de todo a La Cañada no la conozco, no la sueño ni la busco. Se que está allí, estuvo antes y estará después, larvando su bronca destructiva hacia esta ciudad que un día tuvo la mala idea de ponerse al medio, disciplinándola a fuerza de hormigón, acero y piedra.

domingo, 13 de abril de 2008

Vida nueva

Puedo armarme una vida nueva, decir que tengo lo que no, que perdí lo que encontré, que me río de aquellas cosas que me duelen. Puedo transforme en otro y fingirme fugitivo de ciertas miradas. Puedo ser lo que se me ocurra, cacique, indio, cowboy o galeno. Puedo decir que detuve la rueda del tiempo, puedo cambiar mi voto, mi opinión y mis palabras.
Puedo borrar con el codo lo que escribí con la mano y escribir de nuevo algo distinto (pero igual) para olvidarlo mañana o dentro de cinco minutos.
Puedo enamorarme de la mujer que odio y darle un abrazo fraterno a quien deseo acuchillar. Puedo mentir y decir la verdad al mismo tiempo, ser alquimista de la palabra o comerciante de convicciones.
Puedo actuar sin ser actor, caminar sobre el agua sin ser Cristo, armar una revolución sin ser Lenín, tener hambre aunque esté repleto.
Puedo hacer todo esto y más, si consigo un lugar en un reality show.
A veces quisiera que no me preguntes siempre lo mismo. Te juro que quisiera tener el no facil, a flor de labios, pero no puedo.
Hay días en que desearía no escucharte, apagarte la radio, odiarte un poco menos.
Otras veces deseo que hartes con tu palabrerío vacuo, tus tonadas simples y el mal inglés con que imitás los "10 más votados".
En algunas ocasiones, no siempre, me doy cuenta que todo esfuerzo por huirte o por tenerte aquí a mi lado es totalmente inutil y me resigno a hacer las paces conmigo mismo mientras canto Let It Be (o algo que se le parece bastante).

Orugas en el sol

Orugas en el cielo
orugas en el mar
orugas en tu pelo...

La orugas se comían al sol aquella mañana. Eran grandes, verdes, oscuras y tenían todo su cuerpo embadurnado en sapolán.
Poroto, que nunca fue valiente ese día corrió junto a miles, pero por más esfuerzo que hiciera, por más fuerte que gritara, por más desgarrador que fuera su llanto, las orugas, prolijas seguían con la tarea silenciosa de llenar sus panzas con la luz.

Ese día no hubo noche, fue el final de todo.

Rayuela - Capitulo 7 - Julio Cortazar

Emplumado de olvido

Los aplausos de una pobre fama lo llevaron por el camino de las luces. La frivolidad de un NO vehemente lo alejó de aquello que más amaba.
Una de cal y una de arena. Eso le bastó para construirse su nuevo dolor.
Nadie sabe cuando comenzó a olvidarse quien era, dónde vivía, quien lo amaba o quien lo odiaba. Por las mañanas se lo veía ensimismado repartiendo unos volantitos escritos a mano, reclamando justicia para su delito. Por las tardes lo cruzábamos callado, con las manos en la espalda cargado tres o cuatro piedras que lanzaba a la vidrieras del centro.
De a poco fue emplumándose en la nada y pronto se hizo invisible, ya nadie sabe nada sobre él. Sobre el calicanto de La Cañada unas torpes iniciales grabadas con un clavo son la única prueba de que alguna vez existió.